sábado, 6 de julio de 2019

La religión de los datos


La Real Academia Española define disrupción como una interrupción brusca o rotura. Cuando definen un proceso con esos términos, la asociación inmediata es negativa. Solo se rompe algo que funciona o está sano.


Múltiples gurús nos hablan de los cambios de la cuarta revolución. La visión apocalíptica de Rifkin sobre el trabajo y sus soluciones de raíz académica, como la renta universal o el tercer sector, nos pone a reflexionar sobre asuntos un poco más realistas pero completamente conectados: ¿Educar o no? ¿Por qué educar?¿En qué educar? Y la respuesta no es sencilla.

No hay gurús, solo personas que dan ideas.
En Atlas, Michel Serres observa que nuestro modo de habitar el espacio físico se ha trastocado. Ya no podemos representar el espacio como antes. Los mapas lineales, se convierten una multidimensionales, todo se superpone y hacen imposible construir las topografías concebidas en forma tradicional.  A la vez, esta explosión de colores nos confunde por su enorme volumen, haciendo que nuestros mecanismos de defensa se disparen y comiencen a bloquear el volumen de información que no es necesario. Lo indefinido nos da temor y, por algún instinto arcaico, nos defendemos volviendo a lo básico. Los que se preconcebía como un espacio indefinido se vuelve monocromático, la paleta iridiscente se convierte en una linealidad digna del humor de los pingüinos de Madagascar.
Hasta el humor puede ser monocromático.
Trabajo, mercado, datos, percepción, educación. Nos educamos para mejorar nuestra adaptación al mundo que percibimos. Los estímulos personalizados a través de datos, convierten el mundo en algo engañosamente amable. Las habilidades cognitivas se adaptan y la apropiación del conocimiento se hace cada vez más selectiva. El enciclopedismo educativo, hijo del positivismo, cede espacios a la idea del conocimiento universal a disposición de todos. Dios dato, pone todo a nuestra disposición.

Dios dato y la pequeña mirada por fuera.
El hilo dorado de Ariadne de las antiguas certezas no puede guiarnos. El minotauro de la exclusión nos amenaza y enfrentarnos a cada encrucijada en este laberinto, nos paraliza a la vez que nos motiva a tomar una decisión. Los estímulos que negamos en forma intuitiva y la realidad líquida a la que debemos adaptarnos, nos obliga a poner foco en espacios definidos. La hiperespecialización laboral nos espera y la religión de los datos nos empuja.

El tren que no para en la estación Uruguay.
Desde la Muy Fiel y Reconquistadora ¿qué podemos hacer? Entre muchos espacios de pensamiento, podemos percibir que la duda no es el camino, sino plantearse como acoplarse a un tren que no para y del que no podemos bajarnos. Pero ¿podemos ser los que cobren el pasaje? El pensamiento disruptivo es una manera de hacerlo. pensar el futuro pero y lo que se viene La proactividad en contra de la reactividad.



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